Cuando llega la hora de sentarse a la mesa, ¡los alimentos no se están quietos! Y Paula, así, no puede comer. Sus padres se enfadan, pues con la comida no se juega. Pero no es Paula la que ha provocado la situación, son los alimentos que se han sublevado. Cuando llega la hora de dormir, ¡los monstruos tienen miedo! Y todos quieren meterse en la cama de Joaquín. Pero Joaquín está muy incómodo y no puede dormir con tanto monstruo miedoso en su cama.
Paula y Joaquín son los protagonistas de “Todos a la mesa” y “¡Buenas noches, monstruos!” respectivamente. Dos cuentos de Lucía Serrano que edita Anaya Infantil y Juvenil. A la autora e ilustradora, a Lucía, la conocimos hace muy poquito, allá por Valladolid. Ahora le hemos pedido que nos hable un poco de estas dos “joyitas” para primeros lectores.
“’Todos a la mesa’ fue mi primer cuento. Lo hice cuando estudiaba Bellas Artes, como experimento personal, y, ya que estaba, lo presenté en la asignatura de Proyectos de Dibujo. No sé si convencí mucho al profe, pero yo estaba feliz como una perdiz, ¡porque había hecho un cuento enterito! Eso sí, por aquel entonces la historia llevaba otro nombre. Se llamaba ‘Con la comida no se juega’. Y sus personajes ofrecían un aspecto ligeramente distinto: hice la comida con recortes de revistas de recetas, y los ojos y las bocas las recorté de fotos de personas reales. El resto lo trabajé con acrílicos. El resultado era un poco más inquietante que el libro que se ha publicado finalmente, pero quedaba divertido”.
“’Buenas noches monstruos’ nació de un encargo de la editorial Barcanova. Y la idea inicial viene del cajón donde suelo buscar las ideas. Este cajón tiene una etiqueta en el frontal. Si nos acercamos vemos que esta etiqueta lleva una frasecita que dice así: ‘¿Por qué las cosas son como nos las cuentan? ¿Y si fueran al revés?’.”
“Las ilustraciones no se diferencian mucho de otros proyectos. Hace unos años, cuando estudiaba ilustración, me obsesionaba mucho el estilo. Buscaba y rebuscaba, experimentaba, quería hacer imágenes originales y sorprendentes… Y no lo conseguía. Era como llevar un traje que no era mío. Gracias a las reflexiones de muchos maestros a los que fui escuchando aquí y allá, pude ir componiendo mi propio traje. Y la conclusión fue algo así: me gusta contar historias, y el estilo no es más que una herramienta más para hacerlo”.
“Si me complico la vida haciendo dibujos con los que no estoy cómoda, lo que hago es poner obstáculos al hecho de narrar. Así que busqué unos personajes a los que podía mover de todas las formas posibles. Son los actores, y como buenos actores deben estar bien entrenados. Busqué decorados que no obstaculizasen el devenir de estos personajes (una buena escenografía no puede quitar protagonismo a los actores, y si lo hace es porque esa escenografía pasa a ser el actor de nuestra historia). Pero… todas estas reflexiones me sirven ahora. ¿Quién sabe qué pasará mañana?. Si el estilo viene de nuestras limitaciones… tal vez dentro de un tiempo cambie las limitaciones que tengo ahora por otras. ¡No lo sé!”
“Dibujé con lápiz, escaneé las ilustraciones y las coloreé con Photoshop. Es una técnica muy ágil con la que me siento cómoda. Otras veces hago la línea a tinta. Me encantan la tinta y el lápiz. Con ellos puedes hacer lo que quieras con la línea: que sea fuerte, enérgica, o tímida, temblorosa. Que se ensanche, que se haga tan finita que casi no puedas verla… Me lo paso pipa”.
¿Que hay de Lucía en estos personajes o de estos personajes en Lucía? “Empezando por Paula, la niña a la que la comida trae loca. Mis padres nos cuentan que mi hermana y yo en la mesa éramos un show, jugábamos con todo: ‘¿Vale que yo era la cuchara y tu eras un tenedor y nos bañábamos en la sopa pero tu te quemabas?’ ‘Aaaaaaah! Que me ahooogo!’ ‘No te preocupes cuchara que yo te salvoo!’ Etc, etc. Vamos, como todos los niños. Y cuando te metías en estas historias todo era muy real. Y si te interrumpían para meterte prisa para cenar porque ya era hora de acostarse era un verdadero fastidio. De ahí viene el personaje. Y aunque han pasado los años, aún tengo esa sensación a veces de que me interrumpen cuando estoy jugando.”
“Y el niño de buenas noches monstruos creo que viene de un cuento que tenía de pequeña. Se llamaba ‘Una pesadilla en mi armario’, y sus ilustraciones forman parte de esa biblioteca de imágenes que se te queda grabada en el cerebro y te acompañan siempre. De este libro siempre he recordado la imagen de la Pesadilla acongojada y el niño cogiéndola de la mano (creo que existe realmente esta imagen). Y la he hecho mía en momentos en los que algo me atemorizaba un poco. Con el libro ‘¡Buenas noches, monstruos!’ comparto de alguna manera esa vivencia pasándola por mi filtro. Creo que por eso a veces los adultos nos podemos sentir identificados con libros que, en teoría, son para niños pequeños. Porque hay vivencias que se pueden extrapolar a todas las edades. Por cierto, recomiendo muchísimo el libro ‘Una pesadilla en mi armario’, rescatado hace poco por la editorial Kalandraka. Es una joyita”.
Estos dos libros son para primeros lectores, ¿piensas mucho en el público al que van destinadas tus ilustraciones a la hora de dibujar? “No mucho… cuando trabajo es como si me contase cuentos a mí misma. Y dependiendo del tipo de cuento que sea, se lo cuento a una “mí misma” más pequeña o más grande. Eso sí, “mí misma” siempre es una niña”.
¿Es más fácil cuando ilustras un texto tuyo? “Si, ¡mucho más fácil! Tiene mucho que ver con todo lo que decía antes del traje a tu medida o a la medida de otro. Contar tus propias historias es más fácil, porque sabes lo que quieres contar, y puedes ir modificando las palabras, el ritmo, la sonoridad, durante todo el proceso, a la vez que vas desarrollando las imágenes. Vamos, una auténtica gozada. ¡Pero ilustrar textos de otros también es muy interesante! Cada proceso plantea sus propios retos”.
Lucía Serrano nos cuenta finalmente que hace tiempo que viene “trabajando en una historia que le estoy contando a una ‘mí misma’ un poco mayor que lo habitual, y me gustaría terminarla. Ya os contaré”.